Cuentos Zen para crecer: La tabla y los clavos
Érase una vez un padre que entregó a su hijo, un niño con muy mal carácter, un puñado de clavos, una tabla y un martillo. Le pidió que se sentara a su lado y le dijo: ―Hijo, cada vez que te enfades, pierdas la calma y reacciones en contra de alguna persona, clava un clavo en esta tabla. Cuando hayas clavado todos los clavos que te he entregado, me avisas.
A las pocas semanas, el niño se sentó junto a su padre y le mostró la tabla llena de clavos: ―Padre, ya he clavado todos los clavos que me diste. Me he enfadado con bastantes personas últimamente… ya no me quedan clavos. El padre le miró con ojos bondadosos y le dijo: ―Ahora te propongo que hagas otra cosa. Ve a por el martillo y entrégamelo.
El hijo corrió a buscar el martillo y cuando se lo entregó a su padre, este le dio unas tenazas a cambio: ―Te propongo que te disculpes con todas aquellas personas a las que has tratado mal a causa de tu enfado y, cada vez que lo hagas, saques un clavo de la tabla con estas tenazas. Cuando hayas sacado todos los clavos, avísame.
Al cabo de unos días, el hijo fue a hablar con su padre y le dijo con gran alegría y satisfacción: ―Padre, ya he sacado todos los clavos de la tabla. Ya me he disculpado con todos, ¡y todos me han perdonado! El padre abrazó a su hijo y le dijo emocionado: ―Me siento feliz al observar cómo has compensado tus acciones anteriores. Pero si observas la tabla, verás que nunca volverá a ser la misma, está llena de agujeros.
Lo mismo sucede cuando dices o haces cosas desde la rabia y el enfado: dejas una cicatriz. Y aunque después pidas perdón, y aunque te perdonen, la cicatriz de esa herida siempre estará en ti, en esa persona, y en vuestra relación. ¡Recuérdalo siempre antes de volver a hablar y actuar desde el enfado!
Seguro que en algún momento de tu vida has sido el niño, seguro que en algún momento, la tabla llena de cicatrices… ¿Qué harás para no volver a ser ninguno de los dos? Te leemos en comentarios.
0 Comments